Enseñanzas Náuticas

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El calentamiento del mar amenaza el marisqueo en Galicia

Posted by jonkepa en enero 4, 2010

Bateas de mejillón en la ría de Vigo.- LALO R. VILLAR

El cambio climático avanza y lo hace pisando el acelerador. Desde el Instituto Español de Oceanografía (IEO) de Vigo, el investigador Benito Peleteiro (experto en reproducción de peces y acuicultura) alerta del peligro que se cierne sobre sectores estratégicos para Galicia. «El marisqueo está en el filo de la navaja», dice. Aumenta la temperatura del mar (0,2 grados por década), desciende el pH y se recorta la producción de las rías, según alerta un informe de 2009 del Sistema Información Ambiental de Galicia.

El cambio climático «es evidente porque se ve», dice Peleteiro. «El agua que cogemos aquí es prácticamente oceánica. Ha habido registros en 2009 de hasta 26 grados y el año anterior de 24, cuando lo normal era moverse entre 12 y 20 grados de máxima. Es una cosa que empieza a ser muy seria», sentencia.

Rodaballo

Y es que hay una serie de parámetros que influyen de forma determinante en el curso biológico, como la temperatura del agua. «Nosotros la manipulamos para acelerar o ralentizar un proceso, para inducir la reproducción de una especie, acelerar el desarrollo embrionario o el crecimiento». El cambio de sexo es, además, una de las consecuencias que puede traer el calentamiento global. El IEO trabaja sobre esa teoría en especies de gran interés comercial para Galicia, como el rodaballo, a fin de conseguir producciones sólo de hembras porque «crecen más rápido». «La temperatura ejerce una influencia determinante en la definición del sexo e intentamos comprobar en qué momento de la vida del pescado podemos determinar que sean hembras o machos», apunta Peleteiro. «Estamos hablando de márgenes de, a lo mejor, dos grados», que podrían alcanzarse antes de 100 años. El hecho de que la balanza se incline hacia un género u otro producirá «un desequilibrio ecológico muy importante».

Bonito

Consecuencia inmediata de esa variación de temperatura son los desplazamientos. Ejemplo de ello es el bonito, que ya ha empezado a buscar aguas más frías, un comportamiento también previsible para la sardina. Si hace unos años el bonito se pescaba a 50 millas de la costa, ahora la flota debe trasladarse casi hasta aguas irlandesas. Un caso que pone de manifiesto dos factores determinantes para la supervivencia de las especies: la capacidad de adaptación y la movilidad. Y ahí entra en jaque el marisco, ya que el mejillón, la almeja o la navaja no tienen más salida que adaptarse o desaparecer en función de su tolerancia a los cambios de salinidad. La almeja fina y la navaja filtran bien. Sobre el mejillón, del que se producen 300.000 toneladas anuales en Galicia, pesa gran incertidumbre. Por eso Peleteiro aboga por «empezar a someter al mejillón a los cambios que puede haber de aquí a 100 años», algo que, según cuenta, «no se está investigando». El pulpo es, sin embargo, una de las especies con mayor capacidad de adaptación: «Incluso una subida de temperatura no le vendría mal».

Mejillón

Los cambios del pH van a afectar también a la calcificación de los moluscos bivalvos y eso puede derivar en irregularidades en el crecimiento. «El marisqueo es posiblemente el más sensible ante el cambio climático. ¿Hasta qué punto las especies pueden adaptarse? Las que sabemos que tienen un rango muy estrecho de temperatura, casi seguro que no, por ejemplo, la almeja babosa».

Otras tienen un margen amplio para soportar cambios de salinidad y temperatura, como el rodaballo. Sin embargo, la temperatura afecta de forma determinante en la reproducción a casi todos los peces y aquéllos que realicen la puesta a 18 grados se desplazarían hacia el norte. Los cambios migratorios se dejan notar ya en el litoral gallego con la aparición de nuevas especies procedentes de aguas «mucho más cálidas», en especial la corneta colorada.

Otro asunto es la subida del nivel de mar. «Habrá zonas que puedan quedar anegadas, otras casi desaparecer» y en este capítulo las marismas -Samil, Corrubedo o Muros- y el interior de las rías lo notarán especialmente.

Incertidumbre en las piscifactorías

Pulpo

El calentamiento global tendrá también repercusiones de peso sobre la actividad acuícola. El aumento de temperatura parece difícilmente controlable para las piscifactorías. «Aquí la manipulamos de forma experimental, pero con el rodaballo son unos volúmenes de agua tan descomunales que resulta carísimo hacerlo», sostiene el investigador Benito Peleteiro. Además, «casi todas las instalaciones utilizan oxígeno para conseguir mayores producciones de forma artificial y si sube la temperatura hay un mayor consumo de oxígeno e igualmente encarecería el proceso». No obstante, apunta, «igual dentro de 100 años no estamos cultivando rodaballo sino otra especie que emigre del Golfo de Guinea al norte y con otros requerimientos, y el rodaballo lo crían en Noruega».

En todo caso, lo oportuno, según los expertos, sería anticiparse a lo que pueda suceder, ya que en materia de acuicultura «todo es prácticamente reproducible». Para ajustarse al nuevo panorama hay una serie de evidencias en las que se pueden basar los científicos para hacer predicciones. «Hace dos años hubo que corregirlas porque todo va más rápido de lo previsto», dicen. Hay cambios en la salinidad, en el pH, en la temperatura del mar y las precipitaciones y todo esto influye en las proteínas de origen animal. «Respecto a las capturas, la pesca extractiva está estabilizada desde la década de los ochenta. A partir de ahí empezó a crecer la acuicultura». Y con ella, la demanda de harinas de pescado. «Estamos trabajando en la utilización de proteínas vegetales para la elaboración de piensos porque la harina de pescado está prácticamente estabilizada; no se puede producir más», alegan los expertos.

Para evitar desfases en el consumo se está empezando a introducir la harina vegetal en la elaboración de piensos, tanto para ganadería terrestre como para cultivos marinos.

Lara Varela en El País

Y en València la salinidad y las doradas hacen peligrar el cultivo de la clóchina

Un día de faena. Un clochinero observa una de las cuerdas llenas de crías. En julio, habrá llegado el momento de recoger los frutos y vender sus productos.

Hace más de cien años que están ahí, flotando en las calmadas aguas del puerto de Valencia. Y no sólo han formado parte de la fisonomía del recinto portuario sino que son unos de los iconos de la cultura gastronómica de los valencianos: las clochineras.

Cuando en el mes de junio comienzan a venderse las primeras clóchinas atrás queda todo un proceso de trabajo que posibilita que la reconocida fama de este molusco valenciano se conserve con el paso de los años. Es una tarea ciento por ciento manual y natural. En todo el proceso no entran más que la inteligencia de los clochineros, sus manos y el agua del puerto.
La clóchina es un bien muy preciado, pero ahora mismo no pasa por su mejor momento. El principal problema que tienen los 15 acuicultores que se dedican a la cría de este animal es la salinidad del puerto de Valencia. Las últimas obras, creen ellos, han provocado que algunos ríos subterráneos que vertían sus aguas en la dársena del Puerto han sido alterados en su curso y ya no echan su líquido dulce plagado de nutrientes y minerales a la lámina de agua de la instalación portuaria.
También consideran que el sumidero del colector, que ahora echa sus aguas cinco kilómetros mar adentro y no en el mismo puerto, han provocado que el aporte de nutrientes sea menor.
Aseguran que la salinidad del agua ha subido preocupantemente. «Hace cinco años teníamos una salinidad de 24 gramos por cada litro de agua. Esa era la cantidad ideal, pero las últimas mediciones nos dicen que el agua que ahora nos rodea acumula 34 gramos de sal», lamenta Pepe Gómez (le conocen sus compañeros como Pepe el taxista) que regenta una clochinera desde hace más de treinta años. La salinidad de 34 gramos es la misma que tiene el agua del Mediterráneo y es lo que les da pie a pensar que los ríos subterráneos ya no depositan su agua dulce en el puerto.
La falta de agua dulce y nutrientes se hace notar. Hace diez años llegaban a tener una producción de más de seiscientas toneladas por barca o batea. La campaña de 2009 se ha cerrado con un tercio de la producción de entonces y con muchos miedos previos a que la producción aún fuera menor. Además, con problemas para colocar y después cobrar el producto en el mercado con la manida crisis.
Pese a que los números del negocio han bajado, a ninguno de ellos se les ocurre hablar mal de su profesión, que es más una pasión. Se gritan de una clochinera a otra, se ayudan y se juntan a almorzar y comer. Cuando más disfrutan es en verano cuando se reúnen a tomarse unas recién cogidas clóchinas haciendo la típica ‘bollideta’. Trabajan a destajo en esa época, pero es el momento más grande, el de recibir los frutos a su dedicación diaria. Es el momento en que saben que la gente sale a la calle a buscar sus preciados bivalvos.
El resto del año se dedican a criar, proteger y estar pendientes de la evolución natural de sus animales. En los últimos años se han encontrado con otro problema: las doradas. La proliferación de las piscifactorías y los escapes que se producen en las mismas ha hecho que la colonia de este pez depredador se haya multiplicado. Y para la clóchina es un peligro muy grande porque este pez es depredador. Tanto que hace dos años sacaron más de dos mil kilos de doradas de una de las redes que han tenido que colocar los acuicultores para proteger sus viveros. Tampoco fue mal negocio vender esa cantidad de pescado, pero no se trata de eso…
Las doradas buscan los huecos en las redes para colarse y «tener una comida de cinco tenedores», como reconoce Vicente Fuertes, otro propietario de una barca que también lleva más de tres décadas trabajando este producto. «Esto es una maravilla, el mejor trabajo del mundo. Qué más se puede pedir que estar al aire libre y rodeado de agua y viendo todos los días crecer las clóchinas», dice Gómez que también tiene en el puerto la concesión de un barco de paseo en la dársena interior y que se relame con la proximidad de la segunda Copa América en Valencia.
Buena relación
De lo que no tienen ninguna queja los clochineros es de la relación que tienen con el Puerto de Valencia. «No me hagas mucho caso pero creo que después de 108 años de clóchinas en el puerto somos la concesión más vieja que tiene la autoridad portuaria», dice Gómez. Sólo lamentan una cosa, que las concesiones se renuevan año a año y que no les permiten hacer contratos de más larga vinculación. Sin embargo, son conscientes de que nunca «se ha quitado a nadie una concesión» y de que su negocio no tiene problemas de subsistencia si aceptan los cambios de ubicación.
Creen que el puerto considera que ellos forman parte de la cultura valenciana «como la horchata o la naranja» y que nadie ni quiere ni irá en contra de su presencia en el puerto. Pero también hacen números y saben que si fuera por el negocio, haría mucho tiempo que les habrían echado de las calmadas aguas.
«Nosotros pagamos 1.100 euros cada año por poder criar nuestras clóchinas. Y cada uno de los barcos que viene a Valencia paga al día cantidades millonarias, así que si no nos han echado es porque nos ven con buenos ojos», comenta Gómez con una sonrisa en los labios, feliz de ser un clochinero.
J. Aguadé en Las Provincias

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2 respuestas hasta “El calentamiento del mar amenaza el marisqueo en Galicia”

  1. Información Bitacoras.com…

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