La última burla del pirata Soto
Posted by jonkepa en enero 25, 2010

Benito Soto, en un retrato realizado antes de su ejecución, junto a la maqueta de su barco "Defensor de Pedro". luis dávila
Se cumplen hoy 180 años de la ejecución en Gibraltar de Benito Soto, el español más legendario de la historia de la piratería. El fin de Soto está considerado como el punto y final de la piratería a gran escala en el Atlántico.
La ejecución de Benito Soto, el 25 de enero de 1830, resultó especialmente cruel. Cuenta el investigador Jesús Borrego que «una vez colgado de la horca tuvieron que ahondar con palas el suelo para que sus pies quedaran suspendidos en el aire, por lo que tuvo una agonía lenta». También abunda en detalles de los últimos momentos de la vida del pirata Soto otro historiador, Carlos Canales Torres: «El verdugo colocó la cuerda demasiado alta, pero Soto lo ayudó subiéndose al ataúd para meter bien la cabeza en el lazo y, tras gritar al público ¡Adiós a todos, la función ha terminado! saltó al vacío, pero los pies tocaban el suelo y no acabó de ahogarse -para satisfacción del público- hasta que el verdugo, con una pala, quitó algo de tierra bajo sus pies y el pirata finalmente murió».
La sentencia de muerte de Benito Soto fue dictada por un tribunal inglés porque a manos británicas fue cedido por expresa voluntad del rey Fernando VII quien, sin embargo, se encargó de que la mayoría de la tripulación del bergantín «Defensor de Pedro» fuese juzgada y sentenciada a muerte por una magistratura militar española. En la opinión de Jesús Borrego, en realidad aquellos piratas no habían hecho daño a España, pero para Fernando VII, la ciudad de Cádiz era especialmente aborrecible por ser cuna de los liberales; el monarca entendió que la mejor forma de infundir el terror entre sus habitantes y salvaguardar su patético reinado era reunir a los condenados y proceder a su ahorcamiento en público, ante las Puertas de Tierra, y en dos jornadas consecutivas, las del 12 y el 13 de enero de 1830. No satisfecho con ello, el rey ordenó descuartizar los cadáveres y exhibir sus cabezas durante varios días en distintos lugares de la ciudad.
¿Qué es lo que había conducido a Benito Soto Aboal al camino de la piratería? ¿Qué parte de verdad hay en la existencia de su buque la «Burla Negra»? ¿Por qué su fama, incluso hoy en día, rivaliza con la de los más legendarios piratas, desde Drake a Morgan pasando por Barbanegra?
Una leyenda del mar
Además de los anteriormente citados, otros narradores e historiadores han pretendido ahondar en la trayectoria del pirata Soto, un personaje al que, si en algo coinciden casi todos sus investigadores, es en atribuirle un cuasi satánico gusto por la crueldad propio de un auténtico canalla sin escrúpulos. Entre sus «admiradores», que los hay, figura el poeta José Espronceda, del que se dice que compuso el célebre poema «Canción del pirata» en memoria y homenaje al forajido pontevedrés.
Nacido el 22 de marzo de 1805 en un entorno de pobreza en Pontevedra, Benito era el séptimo hijo de una familia de catorce. Jamás aprendió a leer, pero se convirtió en un espabilado contrabandista al que, a los dieciocho años de edad, semejaron quedarle estrechas para sus vuelos las aguas de la costa gallega. Embarcado rumbo a Cuba, en ese momento se pierde la vista de sus andanzas hasta su reaparición a bordo del «Defensor de Pedro». A partir de entonces hay dos versiones de la vida de Benito Soto: en la primera la de que se trató siempre de un honrado marinero que por la necesidad y las circunstancias acabó combatiendo a corsarios enemigos, y, en la segunda, que directamente actuó en barcos corsarios españoles contra buques de las repúblicas americanas. En cualquier caso, se da por seguro que navegó en buques negreros y tuvo más de un enfrentamiento armado, lo que le otorgó una notable experiencia en combates en el mar.
Con «patente de corso»
El hecho es que, a finales de 1827, con sólo 23 años de edad, figura ya como segundo contramaestre del «Defensor de Pedro», un bergantín de bandera brasileña con destino a África autorizado para «andar en corso contra la República de Buenos Aires y emplearse igualmente en mercancía donde le convenga y lícito fuese». En términos pedestres diremos que este buque tenía «patente de corso» para ejercer la piratería contra toda aquella embarcación que se considerase enemiga del gobierno que lo había contratado. Por otra parte,a ningún lector avispado le habrá pasado desapercibido que el destino del bergantín, África, delataba su condición de buque negrero y su misión esencial: embarcar esclavos para trasladarlos al Nuevo Continente.
El 3 de enero de 1828, el «Defensor de Pedro» fondea en el Cabo de San Pablo y el capitán, Pedro Mariz de Sousa Sarmento, y algunos miembros de confianza de su tripulación, abandonan el buque intuyendo que, a bordo, se estaba gestando un motín. Asume la responsabilidad del mando el teniente de la Armada portuguesa, Antonio Rodrigues, quien el 26 de febrero se enfrenta a una rebelión encabezada por Benito Soto: la lucha acaba con la expulsión de los tripulantes considerados no válidos y, al grito de ¡Abajo los portugueses!, Soto encierra primero y ordena asesinar después a su principal cómplice y, a la par, rival en la revuelta, tomando «de facto» y de manera unipersonal el poder a abordo.
A partir de esos sucesos, podemos considerar que el «Defensor de Pedro» ya no era un buque con patente de corso, sino un barco pirata que navegaba bajo ninguna patria y bajo ningún dios como no fuesen la codicia de sus marineros y las órdenes de Soto.
La trayectoria del (nuevo) «Defensor de Pedro» desde su escala africana hasta el fin de su odisea oceánica en la bahía de Cádiz parece extraída de una película de piratas. A su paso fueron abordados la «Morning Star», la «Topaz», el «Unicorne» (que logró escapar), el «Cessnock», la «Ermelinda» y el «New Prospect» y en casi todos los casos se trató de unos asaltos en verdad sanguinarios y que hablan muy poco bien de cómo se las gastaba Benito Soto en alta mar.
Asaltos sangrientos
El asalto a la «Morning Star» devino en toda una matanza. Al no querer que hubiese testigos de su fechoría y después de matar a los tripulantes que aún resistían, Soto ordenó que se hundiese la fragata inglesa y se eliminase a todo su pasaje.
No corrieron mejor suerte los veintidós tripulantes de la fragata norteamericana «Topaz», pasada por las armas, un golpe que le proporcionó a Soto el que probablemente fuese su mayor botín en joyas, piedras preciosas,relojes de oro, sedas de China y la India, y monedas. Con aquel tesoro en sus bodegas, el pirata comunicó a sus hombres que ya era hora de volver a a casa, poniendo al «Defensor» proa a Galicia.
En ruta hacia el Noroeste de España, el bergantín pirata no dudó en atacar a aquellos barcos que se le cruzaron en el camino y, así, fueron cayendo, entre otros, la fragata portuguesa «Ermelinda» y el «New Prospect». Cuando, ya en la mismísima bahía de Marín, Benito Soto se creía rico y a salvo de cualquier contratiempo, se produjo un, para él, hecho inesperado. Ocurrió que se encontró con más dificultades de las previstas para vender la mercancía, de modo que se dirigió al Sur de la Península, recalando varado, debido a un error del timonel que confundió Punta Tarifa con la Isla de León, a tan sólo cuatro kilómetros del puerto de Cádiz, es decir, al alcance tanto de las autoridades españolas como británicas, las cuales procedieron a la detención de los bandidos.
El fin del pirata Soto está considerado históricamente con el punto y final de la piratería a gran escala en el Atlántico (quedó reducida a las costas de Cuba y Florida), esto es, de la piratería concebida «al modo romántico»: los tiempos habían, definitivamente, cambiado.
Salvador Rodríguez en Levante-emv
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