
Yvan Bourgnon, durante una de las escalas. | Denis Tisserand
Alberto Mas
Si, como dicen, un navegante necesita una dosis de locura para dar una vuelta al mundo a vela en solitario, puede que a Yvan Bourgnon haya que atarle de por vida. Lo suyo es la navegación pura llevada al límite. Sólo así se explica el empeño del suizo en completar una circunnavegación a bordo de una pequeña embarcación no habitable, sin cabina para descansar o refugiarse de la violencia de los océanos. Tampoco emplea GPS ni partes meteorológicos, sino que mira las estrellas a través de un sextante para orientarse y llegar a puerto. Una aventura de 30.000 millas -unos 48.280 kilómetros- inédita.
La odisea de Bourgnon comenzó el 5 de octubre de 2013 en Les Sables d’Olonne (Francia), el mismo puerto donde cada cuatro años suelta amarras la Vendée Globe, la vuelta al mundo en solitario y sin escalas. Pero él no iba a bordo de una máquina oceánica como las que llevan los patrones de la regata más salvaje, sino en su Ma Louloutte, un catamarán de 6,2 metros de eslora y algo más de 400 kilos de peso -600 cargado-. Lo más parecido a una cáscara de nuez.
Por ahora, ha completado aproximadamente tres cuartas partes del recorrido. Ha cruzado el Atlántico, con escalas en Agadir (Marruecos), Islas Canarias, y Martinica (Caribe), pasando posteriormente por el Canal de Panamá para alcanzar el océano Pacífico, donde fue atracando en islas como las Galápagos, Samoa, Tahití o Fiji. Durante ese periodo, Yvan Bourgnon sufrió varias tormentas a la intemperie y su catamarán llegó a volcar en un par de ocasiones. Sin embargo, fue en el Índico donde su proyecto -y tal vez su vida- estuvo a punto de irse a pique. Lee el resto de esta entrada »