Indiscutiblemente es el rey de estas fechas. En la mayor parte de los casos, aquellos motivos religiosos de abstinencia han ido desapareciendo para dejar paso, simplemente, a la tradición gastronómica. Cualquier restaurante que se precie de tener “carta de temporada” incluye ahora excelentes platos de bacalao. También fuera de la costa. O especialmente fuera de la costa. Porque el bacalao se puede considerar algo tan contradictorio como un “pescado de interior”, aunque de agua salada, claro. No hay gastronomía en España, por muy de secano que se trate, que no tenga algún plato típico en base a este pez. En los tiempos en los que no había camiones frigoríficos directos de la lonja al mercado mayorista que convierten Madrid, como dice el tópico, en el mejor puerto de la península, el bacalao era prácticamente la única posibilidad de comer pescado. Y completar una alimentación demasiado basada en la carne.
Porque este es uno de los pescados con más contenido en proteínas y en ácidos grasos Omega 3. Y contiene minerales como el calcio, el fósforo y el yodo, tan importante para el buen funcionamiento de la tiroides.
Su conservación en sal hizo posible su acceso a cualquier lugar y en cualquier época del año. Contando con que, a diferencia de las mojamas o los arenques, el bacalao recupera su aspecto de pescado fresco cuando se rehidrata convenientemente.
Desde el punto de vista gastronómico, pocos pescados, e incluso pocos alimentos consiguen estar presentes en tantas variedades de platos, salvo en los postres –que yo sepa-. Hay ensaladas de bacalao, potajes y sopas, tortillas, bases para croquetas y buñuelos, rebozados, al horno, en salsas diversas, desmigados o disimulados en cremas, que casi lo ocultan para los que son reacios al pescado. Seguramente de ahí viene el dicho: “Te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao”. Un refrán caribeño, por cierto, que hasta allí llegaron las largas aletas de este enorme pez. Lee el resto de esta entrada »