
Pescadores de Tragadi Bandar salen al mar. Dicen que el agua desechada por la hidroeléctrica llega aún demasiado caliente al mar y eso impacta en el ecosistema marino. / Sami Siva (ICIJ)
El grupo Tata, una de las mayores corporaciones de India, se comprometió a ser un buen vecino cuando aceptó la tarea de construir la primera central térmica. El plan era instalarla junto al golfo de Kutch, un entrante del mar Arábigo que proporciona el sustento a los clanes de pescadores que explotan la rica fauna marina de la costa. Tata aseguró al Grupo del Banco Mundial, que aportaba 450 millones para contribuir a financiar el proyecto, que no había motivos para preocuparse por el impacto de la gigantesca planta en la gente que vive y trabaja en sus proximidades.
«El potencial pesquero del golfo de Kutch es significativo», aseguró la empresa entonces, pero declaró que no había “actividades locales de pesca en las aguas costeras situadas delante del proyecto”. “La pequeña comunidad de pescadores más cercana”, añadíó, se encontraba “fuera del área de la planta”.
Esta declaración sorprendió a Budha Ismail Jam.
Jam vive la mayor parte del año en una cabaña de una sola habitación en Tragadi Bandar, un poblado de pescadores colindante con el Proyecto de Central Eléctrica Tata Mundra Ultra Mega Power, en el Estado occidental de Guyarat, a 160 kilómetros al sur de la frontera india con Pakistán. Lo único que separa al asentamiento de la planta de Tata, construida en en 2012, es un canal artificial que vierte el agua caliente residual de la instalación, con una capacidad de 4.150 megavatios. El canal se excavó en la tierra en la que, hasta hacía poco, vivían las familias de pescadores. Detrás de él se levantan las chimeneas gemelas con franjas rojas y blancas de la central, visibles a varios kilómetros desde toda la llanura.
Jam pertenece a un grupo musulmán minoritario llamado wagher, cuya historia en la costa se remonta a hace 200 años, según su asociación de pescadores. Cada verano, alrededor de 1.000 familias wagher —unos 10.000 hombres, mujeres y niños— cargan sus pertenencias en camiones alquilados y emigran desde sus pueblos del interior a las arenosas zonas pesqueras de las riberas del golfo. Vuelven a construir sus asentamientos de la nada montando el armazón de las cabañas con ramas y recubriéndolo con paredes de arpillera, y viven allí durante ocho meses sin conexión eléctrica ni agua corriente. Los hombres traen la captura diaria. Las mujeres clasifican el pescado y cuelgan el pato de Bombay, la especie de olor más penetrante, en entramados de bambú para que se seque. Gran parte de la producción se envía a todas partes de India, además de a Bangladesh, Sri Lanka y Nepal. Lee el resto de esta entrada »