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Más de 15.000 valencianos en busca del sueño americano

Posted by jonkepa en octubre 12, 2015

Josep Vicent Moncho Soliveres y otros emigrantes de Tàrbena fotografiados para reflejar el éxito del viaje. :: lp

Josep Vicent Moncho Soliveres y otros emigrantes de Tàrbena fotografiados para reflejar el éxito del viaje. :: lp

Ernesto García, de Carlet, y José Morell, de Orba, son dos hombres que marcharon hacia América, con historias diferentes pero con muchas cosas en común. Ahora, las nietas de cada uno de ellos, Pepa García y Teresa Morell, respectivamente, recuerdan cómo sus familiares dejaron la Comunitat para viajar hasta los Estados Unidos persiguiendo una vida mejor. Ernesto partió con apenas 19 años en 1920 y volvió a España en los años 30. Sin embargo, José hizo allí su vida después de llegar en 1916. Su hijo siguió sus pasos y vivió en Nueva York gran parte de sus años junto a su familia, como lo hizo su su nieta, Teresa que pisó España por primera vez a los seis años. En la actualidad vive en su pueblo desde principios de los ochenta cuando decidieron volver.

Estos dos emigrantes tomaron decisiones diferentes. Ambos formaron parte de los mismos caminos que siguieron un total de 15.594 valencianos que trabajaron en Estados Unidos y Canadá durante la primera mitad del siglo XX. Unas cifras recopiladas por el periodista valenciano Juli Esteve y su equipo después de recorrer un centenar de localidades de la Comunitat y entrevistarse con más de 700 personas. Un trabajo que ha quedado reflejado en cuatro documentales audiovisuales para que testimonios como los de Ernesto y José no se olviden jamás.

«La mayor parte de los que se fueron eran agricultores y no tenían trabajo», comenta Teresa. La huerta valenciana vivió años complicados en aquella época. Esto, sumado a las pocas esperanzas de prosperar permaneciendo en el pueblo hicieron que muchos vecinos se decidieran a marchar hacia América, tal y como explica la nieta de José, ahora profesora de Inglés en la Universidad de Alicante y autora de un libro sobre estos emigrantes bajo el nombre ‘Valencians a Nova York’.

La incertidumbre envolvía a todos aquellos que embarcaban en un transatlántico para cruzar el océano en un viaje de una o dos semanas de duración. Los valencianos se convirtieron en mano de obra para la construcción de carreteras y vías ferroviarias, los que no hacían estos trabajos se dedicaron a la industria, la mina o al comercio. Tal y como recoge Morell en su obra, la mayoría ganaba tres o cuatro dólares diarios. «Muchos conseguían cobrar hasta cinco dólares. Trabajando así durante un año podrían comprarse tierras y una casa en España», destaca Juli Esteve. «Era una destinación irresistible», añade.

El norte de América acogió a los valencianos en varios momentos de esplendor, antes de 1921 y después con los felices años veinte. Allí vivieron lo mejor y lo peor del país. El trabajo era muy duro, hacían fundamentalmente tareas pesadas y peligrosas, pero la oferta de ocio también era extraordinaria. Pepa expresa que a su abuelo le gustaba bailar, algo que ha podido constatar a través de los documentos que guardó Ernesto. «Mi abuelo pudo vivir el auge del Charleston y la vida alegre de Nueva York», añade Pepa emocionada, quien desde pequeña le apasionó la vida de Ernesto. Después de pasar años registrando una maleta los recuerdos de su abuelo, ahora realiza una tesis doctoral sobre este tema.

Los placeres y el jolgorio americano llegó a su fin justo en el momento en el que Estados Unidos se estaba convirtiendo en uno de los principales destinos migratorios para los valencianos. «Alrededor de 1920 se desplazaron casi 7.000 personas de la Comunitat Valenciana, la mitad del total de emigrantes de esta época». Todo se truncó con la crisis del 21 y el crack de la bolsa en 1929. El final de la guerra paralizó la industria militar que se había desarrollado para producir armamento y los primeros que sufrieron el desempleo fueron los inmigrantes. «La mayoría de los hombres que fueron con mi abuelo tuvieron que volver, no pudieron estar ni dos años», cuenta Pepa, aunque no fue el caso de su abuelo. Ernesto, que tan solo tenía 20 años durante la primera crisis, aguantó allí once años más. Lo mismo pasó tras el crack del 29, la caída de la bolsa también arrasó con los ahorros que algunos valencianos tenían en los bancos estadounidenses. La idea de la América próspera se empañó.

Los que dejaron Estados Unidos volvieron con bastante dinero, hubo otros que lo hicieron sin nada, arruinados por los placeres de la noche neoyorkina o debido a la mala suerte. Los que pudieron compraron tierras y casas para vivir de sus cultivos el resto de sus vidas sin depender de nadie. La huella que les dejó América fue tan grande que algunos intentaron imitar los negocios de allí. «Salvador Navarro nos contaba que estaba maravillado con los centros comerciales. Por eso su abuelo compró una casa y metió, en la planta baja, una tienda de ultramarinos, en el primer piso un bar y en el segundo salas de juego», explica Esteve refiriéndose a un momento de su documental ‘Adèu América’.

Estos valencianos trajeron de Estados Unidos una nueva forma de pensar que impactó con la cerrada sociedad española de mediados de siglo. «A mi abuelo le chocaba mucho la mezcla de razas de Nueva York, de gentes, de lenguas… Las calles estaban iluminadas y aquí no estaban ni asfaltadas», expresa Pepa. «En América yo iba al baño y me duchaba sin problemas, aquí tenía que salir al corral y bañarme en un barril, eran cosas que veía rarísimas cuando era pequeña», confiesa Teresa, la nieta de José Morell. Ella, después de cumplir seis años, estuvo viniendo todos los veranos a Orba con sus padres, como hacían otros tantos vecinos del pueblo. «Me acuerdo que a pesar de los inconvenientes, me gustaba la vida en el campo y que la gente te saludara por la calle, algo que en Nueva York era totalmente imposible».

América, un feliz recuerdo

Tras el estallido de la guerra civil un gran número de los que retornaron se arrepintió de haberse ido de los Estados Unidos. Vivieron con la sensación de haber dejado de disfrutar de una vida más próspera. Pero de la misma manera, habrían dejado atrás sus raíces, familiares y amigos que no veían durante años. «Siempre añoró Estados Unidos, guardó todos sus recuerdos de allá, pero pocas veces decía cuánto echaba de menos aquello», explica Pepa sobre su abuelo. «Dice mi padre que una vez se cruzaron a la sexta flota americana que estaba descansando en Valencia, se emocionó y se puso a hablar inglés con ellos, nadie le había escuchado hablar en aquel idioma hasta entonces».

El retorno no fue la opción de todos. El padre de Teresa, que creció en Estados Unidos, hizo la mili con el ejército americano. Durante un verano que pasó en su pueblo natal conoció a quien sería su esposa, se casaron y acordaron estar en Norteamérica sólo cuatro años más. Al final se quedaron otros 25. Después de tanto tiempo volvieron a Valencia en los años ochenta. Teresa quería saber lo que era vivir en España y como su padre, encontró el amor en Orba. Si no tuviera empleo se plantearía volver a Estados Unidos, pero admite que España le ha convencido. Ahora su hijo, de 22 años, es quien estudia allí. Puede que también siga las pisadas de su bisabuelo, perseguir el sueño americano al otro lado del océano.

David Gil en Las Provincias

Noticia relacionada con la emigración a América: Emigrantes españoles en Cuba.

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