
Réplica de la nao Victoria, de la expedición de Magallanes, un diseño similar al usado por Mendaña. Fotografía: Cordon Press
De siempre la historia de España que se enseñaba en las escuelas ha tenido graves carencias, omisiones y deformaciones, pero si hay un contexto especialmente mutilado es sin duda la época de los grandes descubrimientos y lo que los hispanoamericanos llaman «la Colonia». Colón, Cortés, Pizarro, Magallanes y directamente pasamos a las independencias americanas, deprisa y corriendo. Tres siglos despachados de un salto más largo que los que daba Carl Lewis en las Olimpiadas. Como si el imperio colonial no hubiera influido en la historia peninsular más allá de la plata de Indias; mapas con extensiones enormes que pasaban fugazmente por la pizarra y a otra cosa, mariposa. Mariposa europea, por supuesto.
La Conquista, eso sí, servía para enardecer los valores patrios (todo lo que podía enardecerse en chavales más preocupados por la jornada de liga) con historias de recios españoles barbudos con casco que metían indios en cintura a espadazos y los traían a la fe católica. Hoy en día sigue siendo un periodo condenado al ostracismo, en este caso por lo incómoda que resulta para ciertas ideologías pujantes y el rechazo consciente de las carpetovetónicas. Llama la atención la atonía con que se trata comparado con las historias de piratas. Porque… ¿a qué chaval no le gustan las historias de piratas? Pues bien, sin irnos muy lejos, la casi desconocida exploración del Pacífico por los españoles le da veinte patadas a cualquiera de ellas.
En concreto, hay una expedición asombrosa por varios aspectos únicos más allá de aventuras, pasiones y traiciones en paisajes exóticos; el segundo viaje del adelantado Álvaro de Mendaña a las islas Salomón. No solo es el viaje más largo realizado en el Pacífico con esos cascarones de madera de apenas trescientas toneladas que llamaban naos, sino que además acabó siendo dirigido por su esposa, doña Isabel Barreto, primera almirante de la historia de España, además de gobernadora y adelantada. Nada menos.
La figura femenina ha pasado prácticamente desapercibida en el relato colonial, en el que el conquistador típico era un varón soltero de unos treinta años, a pesar de que se calcula que aproximadamente uno de cada cuatro colonos españoles en América era mujer. Esto se debe a que en las crónicas, la mayoría escritas por frailes o misioneros, se las suele omitir salvo que destacaran en roles tradicionalmente masculinos, lo cual ocurría muy ocasionalmente. El caso es que existe una larga tradición hispana de mujeres acompañando a sus soldados, pero es lo que tienen los prejuicios, que se perpetúan. Por esto, la figura de Isabel Barreto es excepcionalmente interesante. Bueno, por esto y porque además ejemplifica un proceso muy ilustrativo de construcción de nuevos mitos; en un intento de recuperar su memoria se han escrito algunas novelas con años de investigación detrás que, sin embargo, han llenado las grandes lagunas documentales con una imagen idílica muy estilo Disney-Pixar que poco tiene que ver con lo que se conoce. Lee el resto de esta entrada »