
Al fondo, el barco para cruzar el embalse de Portodemouros. / ÓSCAR CORRAL
Huele a menta. Al llegar al embalse de Portodemouros, que hace frontera entre las provincias de Pontevedra y A Coruña, solo hay eucaliptos, huertas y pinos. El lugar está completamente desierto, exceptuando las pequeñas localidades de Loño y Beigondo —200 habitantes, entre ambas—, que quedaron aisladas por el enorme pantano. La cobertura del móvil desaparece. Pese al agua, el viaje no termina aquí. Si uno quiere continuar, puede. Debe tocar la bocina del vehículo un par de veces e inmediatamente un ferry blanco con aspecto de barco pesquero, le irá a recoger para cruzar a la orilla de enfrente, a 600 metros de distancia. “Ya conocemos los vehículos que suelen atravesar el embalse. Ellos ya no tienen ni que pitar”, cuenta Luis Sánchez Moscoso, uno de los diez “barqueros” que trabajan conectando a vecinos y turistas entre las dos provincias.
Azulón Primero, como se llama la barcaza de unos 12 metros de eslora, lleva trabajando allí más de 30 años y saca de su aislamiento a unos 200 habitantes que viven por la zona. El servicio es gratuito y funciona los 365 días del año durante las 24 horas del día. “En invierno llueve mucho, se hace muy duro”, admite Luis mientras anota en una hoja la matrícula de los coches y la hora exacta a la que embarcan. A tan solo una hora hacia el este de Santiago, una presa levantada en 1968 frena el caudal del río Ulla, que nace en la provincia de Lugo y muere en la ría de Arousa, formando uno de los pantanos más grandes y céntricos de Galicia y que ahoga dos pueblos bajo sus aguas. Actualmente, más de 20.000 habitantes viven en los alrededores pero son 170 personas, de Loño y Beigondo, las que quedaron incomunicadas con el agua del pantano y las que, gracias a este ferry, tienen una peculiar forma de salir de su aldea. Muchos de ellos trabajan en localidades al otro lado de Portodemouros y, hasta que Azulón Primero entró a operar en 1977, los vecinos tenían que rodear el pantano, lo que les llevaba más de media hora y el coste adicional de la gasolina. “Son 30 kilómetros” comenta desde el asiento trasero de un coche una chica de 20 años que se dirige a Loño. “De noche también cogemos este camino. Ya nunca vamos por la carretera porque se pierde mucho tiempo”, añade. Hoy, gracias a la embarcación que soporta hasta 20 toneladas por viaje, tardan apenas tres minutos. “A mí me gusta el ferry. Lo prefiero a un puente o a la carretera, además ya me he acostumbrado”, comenta Miguel Vázquez, un joven obrero que lleva tres años surcando el pantano en un camión lleno de escombros. Lee el resto de esta entrada »